Wednesday, September 14, 2011

SOY LA DONCELLA MÁS AMADA QUE HA TENIDO PACHA MAMA by EFER AROCHA


Fernando IX University
Fernando IX University

Las montañas se encontraban todavía frescas a causa de los distintos eructos y sus lomos empezaban a reposarse, mientras que su sudor se convertía en hilos en dirección del mar; fue en este momento cuando todo comenzó al pie de Apu, una misteriosa montaña donde el frío para llegar a la cúspide, pasa por todas las gradas del termómetro. Allí me encontré por primera vez con unos animales los más insólitos que conozco y sin parecido con los otros seres vivos. En mis primeras observaciones descubrí que eran bípedos e implumes. Cuando tuve oportunidad de volverlos a mirar en detalle, noté su piel lisa y sin cerdas. Lo único en común que les encontré con los demás animales era que las hembras tenían tetas y sus crías mamaban. Hasta ese momento se alimentaban de mí todas las variedades de antiodáctilos que osando me descubrían, algunos cánidos y escasos paquidermos. Para ese entonces yo ya había aprendido a defenderme de insectos y de otros minúsculos animales que habitan mi medio. Los seres recién vistos, cogían mi cuerpo y yo pasaba de mano en mano, me observaban atentos y se mostraban admirados y regocijados de mi presencia. Empezaron a morderme y de inmediato me di cuenta, por mis experiencias anteriores, que sería uno de sus alimentos preferidos. Lo que no presagiaba era lo que ocurriría después. Siguiendo mis pasos me buscaban por todas partes, ellos subían y subían la cordillera, y con el tiempo descubrieron mi residencia principal donde proliferó y creció toda mi familia y parentela. Estoy hablando de los alrededores del lago Titicaca.
Mi primera y gran sorpresa la tuve, luego de que ellos me tragaban tal como me arrancaban del seno de Pacha Mama, cruda y con cáscara, durante muchos años procedieron así. De pronto cambiaron, empezaron a usar un proceso para el ablandamiento de mi cuerpo antes de engullirme, me asaban algunas veces con piel, y en otras me despellejaban. Luego se les dio por ablandarme en agua hirviendo y posteriormente me mezclaron con pedazos de animales y algunas raíces. También me pusieron nombre por primera vez, Maman Jatha. Son tantos los nombres que me han dado desde entonces que en mi cerebro hay poco espacio para ellos. Cuando me llevaron por primera vez a Europa, los italianos me llamaron tartufol, los alemanes kartoffel, los rumanos katof, y ¡qué decir! Lo que nunca pensé fue que el encuentro con estos animales cambiaría mi vida para siempre. En adelante me despreocupé de todos mis problemas, éstos se acabaron en forma definitiva. Había sufrido tanto, defendiéndome algunas veces contra otras plantas, en ocasiones contra animales grandes y pequeños, eludiendo la furia de Pacha Mama que no siempre está de buen humor y pasa abruptamente de lo húmedo a lo seco. Y en ese orden, múltiples adversidades que en momentos críticos me hacían desfallecer y casi perecer.
Ellos empezaron a cuidarme con esmero, con un cuidado increíble. En el sur donde muere el horizonte y Pacha Mama no existe más, era tal la dedicación por mí que hicieron crecer mi cuerpo hasta pesar un cuarto de tonelada. En Chiloé era donde más me querían. Recordaba los viejos tiempos cuando en esos mismos predios para poder sobrevivir avanzaba penosamente, siguiendo siempre el clima frío pero no tan helado porque por debajo de 9 grados centígrados la frescura me entume, y por encima de 23 el calor me asfixia.
En mi caminar por entre Pacha Mama llegué a peñascos y riscos, allí me descubrieron esos animales de los que antes he venido hablando, pero que tenían la característica de dormir una noche aquí y otra noche allá, conocidos como nómadas por el tanto mudarse. Como yo crecía por todas partes, mis flores se confundían con las nubes, entonces optaron cambiar sus hábitos de deambular y se decidieron a vivir conmigo. Construyeron agrupaciones en Jalca y luego la fortaleza de Knélap, para defenderse de sus enemigos pues siempre los atacaban. Primero se llamaron los hombres de las nubes y luego Chachapollas. Atrajeron mi atención porque eran muy claros, altos y delgados como una palma.
Empecé a descubrir que estos animales eran de tamaño y color diferente y se encontraban por todas partes. En mi viaje hacia el norte fue cuando me percaté de ello. Otra cosa muy curiosa a mi entender, era que la duración de mi cocción en recipiente de barro les sirvió como medida de tiempo, puesto que el lapso de ablandamiento de mi cuerpo es constante después que el agua entra en hervor. A partir de entonces comenzaron a hacer nudos con los hilos de pita, a los que llamaron quipus, y luego se pusieron a contar animales domésticos.
Se me hizo mucha gracia que los valdivios que habitaban en ese entonces, en lo que ahora se llama Ecuador, usaban mi cuerpo cuando era bicéfalo y el resto se asemejaba a una pareja de ellos constituida por macho y hembra, como la divinidad de su reproducción. Cuando una hembra presentaba síntomas de preñez, mi cuerpo se convertía en el centro de festividades de toda la tribu, entonaban cantos, tocaban instrumentos y bailaban. Entrada la noche me dormía entre los senos de las futuras parturientas por cuatro noches consecutivas, y a la noche siguiente entre sus órganos genitales; las futuras madres debían reproducirse con la celeridad que yo lo hago.
Los mochicas practicaban algo muy diferente; me hacían devorar por sus críos para vigorizar sus cuerpos, y mediante el vigor alcanzar la madurez y la erotización.
Fernando IX University

Blog Archive